Photoblog del entorno mediterráneo

Técnica fotográfica

Soñando el otoño

«Esplendoroso

inundando el momento

con sus colores»


La plaga

«Sombrío presagio

la amenaza se cierne

hablan los astros»


Albores de primavera: almendros en flor en Vall d’Alba

Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
-recordé-, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!

Antonio Machado (La primavera besaba).

Es bien sabido que los tránsitos de estación provocan cambios físicos y emocionales en las personas, siendo quizás el paso del invierno a la primavera uno de los más acusados en este sentido. Con cada día que pasa se incrementan las horas de luz, el ambiente se caldea, los aromas vuelven a hacerse presentes en la naturaleza, el paisaje sonoro se inunda con los ecos del afanoso trabajo de los insectos y las vistas se pueblan de mil colores con los nuevos brotes que van vistiendo las desnudas ramas de los árboles y las flores que poco a poco tapizan la tierra por doquier. Es tiempo de renacimiento para el espíritu y se siente como si una bocanada de aire fresco penetrase en unos pulmones enmohecidos por el oscuro y frío invierno que una vez más se bate en retirada.

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Es el almendro uno de los árboles que más se adelanta anunciando la proximidad del cambio, floreciendo de modo espectacular entre febrero y marzo. Por ello, muchas culturas lo han asociado simbólicamente al primer y puro amor juvenil.

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Los campos en flor evocan por igual las ya efímeras nieves invernales y la prometedora y hermosa primavera y cuando uno está entre ellos, resultan tan hermosos como ensordecedor el zumbido de las abejas que liban entre sus flores.

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Es el entorno mediterráneo un auténtico y milenario crisol de culturas y debemos agradecer a los fenicios, aquellos incansables navegantes, negociantes y aventureros, que trajesen el almendro de Asia central muchos siglos atrás, convirtiéndolo en un cultivo habitual en las orillas del Mare Nostrum.

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La Vall d´Alba y su entorno paisajístico, presidido por el mágico y colosal Peñagolosa, es uno de los enclaves donde más patente se hace el almendro en nuestra geografía y quizás sea una feliz coincidencia que el nombre de la población tanto nos evoque la blancura que la envuelve durante la floración de aquel. Un hermoso lugar para visitar y con el que disfrutar y renacer en estas fechas.

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Nota para fotógrafos: las tres primeras fotografías están realizadas empleando un filtro degradado neutro de cuatro pasos,  para de este modo igualar la luz del cielo con la de los almendros en primer plano. Además, en las tres se incorporó asimismo un filtro polarizador circular para intensificar los colores y el contraste.


El paso del tiempo

A quienes entran en los mismos ríos, bañan siempre aguas nuevas.

Heráclito de Éfeso.

No es la primera vez que exhibo este exquisito rincón junto al Mediterráneo. Acudo al Estany de Cullera periódicamente, en inmejorable compañía y en busca de placeres gastronómicos que suelen culminar con el colofón de un último postre en forma de relajante sesión fotográfica. Un enclave como el Estany, que rezuma tanta belleza como serenidad, pide a gritos ser inmortalizado una y otra vez.

Hace algunos años que comentaba e intentaba mostrar la hermosura que transmite aquí el crepúsculo vespertino. Sin embargo, a pesar de que la estampa que obtuve me gustó y de que incluso la tengo enmarcada y expuesta en mi casa, desde entonces quiero repetirla compensando mejor la luz del cielo y de la barca, cosa que he aprendido a realizar en estos años mediante el empleo de filtros degradados de densidad neutra. Y creo que lo he logrado, como comprobará el observador atento que compare ambas fotografías.

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Pero olvidé lo que dijo el filósofo y que precede esta entrada: lo único que permanece es el cambio. Si yo he experimentado un cambio, una mejora en mi habilidad fotográfica, también la barca y el pequeño pantalán han mutado, envejeciendo con el paso del tiempo. Nadie se baña dos veces en el mismo río, porque ni el río, ni la persona, son lo mismo que eran, en ningún sentido. Cualquier fotografía es irrepetible.

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Nota para fotógrafos: las imágenes se obtuvieron empleando trípode y cable disparador para poder prolongar la exposición el tiempo necesario dada la relativamente escasa luz de la escena. Para máxima nitidez se empleó retardo de exposición y un diafragma f16. La luz del cielo se compensó con la del primer plano empleando un filtro degradado de densidad neutra de cuatro pasos.


Pinares Otoñales (Requiem por les Rodanes)

«La belleza y la muerte son dos cosas profundas, 
con tal parte de sombra y de azul que diríanse 
dos hermanas terribles a la par que fecundas, 
con el mismo secreto, con idéntico enigma.»

Victor Hugo (La Belleza y la Muerte).

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Llevaba unos meses esperando a que se dieran las condiciones atmosféricas y de luz más adecuadas para volver a Les Rodanes y poder seguir documentando fotográficamente la dramática y meteórica devastación de sus pinares. Buscaba un día con cielos azules puros y luz dorada, para de este modo resaltar el fenómeno, lo cual se produjo el pasado día de la Inmaculada.

A la vista de la anterior imagen no creo que a nadie le extrañe el título de esta entrada. La fotografía evidencia que el oxímoron está completamente justificado; de no ser porque sabemos que el pino es un árbol de hoja perenne, a primera vista creeríamos estar ante un bosque caducifolio en plena otoñada.

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A finales del verano ya mostraba en un post la tragedia medioambiental que viene ocurriendo desde hace más de un año en el Parque Natural de Les Rodanes, una de las cada vez más escasas masas boscosas de pinar que quedan en las cercanías de la ciudad de Valencia y su área metropolitana. Allí comentaba cómo una plaga de Tomicus sp. o barrenador del pino está arrasando con los pinares a los que ataca con una extraordinaria agresividad y terrorífica eficacia. Quien quiera saber más sobre el asunto no tiene más que detenerse en la Web de la Coordinadora de los Bosques del Turia y leer las explicaciones técnicas que allí sabiamente nos ofrece Luis Francisco Castillo, su Vicepresidente.

Una visita al paraje nos permite apreciar que afortunadamente no todo está afectado por igual, existiendo unas áreas más castigadas que otras. En el peor de los casos podemos encontrar estampas como esta, donde algunos ejemplares sanos sobreviven entre numerosos cadáveres.

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Y para quien se piense que el plano anterior está intencionadamente sesgado, no hay más que abrirlo un poco para constatar la auténtica magnitud de la tragedia.

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En algunas zonas el panorama es ciertamente dantesco y si nos queda la duda de si los árboles afectados tienen alguna posibilidad de recuperación, sólo tenemos que acercarnos a uno y comprobar que cualquiera de sus ramas está completamente seca, mostrándose tan quebradiza como el cristal.

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Sin embargo, hay que reconocer que hasta en un escenario como este podemos encontrar belleza, como en este valle que fotografié a contraluz y donde se entremezclan los rojos y los verdes como si de un bosque otoñal se tratase.

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Llegado a este punto, creo que podemos entonar sin duda el Requiem por Les Rodanes, pues al menos en un elevado porcentaje, su pinar va a desparecer sin remisión.

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Parece como si el bosque quisiera unirse a nosotros y elevar una callada plegaria hacia el cielo manifestando su impotencia ante la enfermedad que parece.

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Sólo nos resta acompañarlo amorosamente y devolverle algo del cariño con el que tan generosamente nos ha tratado durante toda nuestra vida.

Quien nos iba a decir, hace tan sólo un par de años, que a comienzos de 2015 estaríamos huérfanos de la Sierra Perenchiza, que sucumbió presa de las llamas y de la Sierra de Les Rodanes, que lo está haciendo víctima de un pequeño insecto. Descansen en paz.

Nota para fotógrafos.

Realicé las imágenes un día con viento de poniente, que aquí suele dejar los cielos muy azules y nubes con interesantes formas. El azul del cielo contrasta muy bien con los ocres y rojos de las pinadas afectadas, resaltándolas. Además, las fotografías se tomaron a primera hora de la mañana con el sol a menos de 20º del horizonte, momento que se conoce como hora dorada y que también ayuda a destacar los tonos cálidos. Para reforzar aún más lo anterior, empleé un filtro polarizador. Aunque algunas imágenes parezcan algo repetitivas, con ello pretendo mostrar la importancia de la focal y el encuadre a la hora de realizarlas, mostrando que pequeñas variaciones en ambos parámetros pueden traducirse en importantes diferencias en el resultado final.

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La Playa de la Huelga en Villahormes: el Castro de las Gaviotas

Como decía al principio de una entrada anterior, donde hablaba de la Playa de Buelna, de todos es sabido que los hitos que constituyen ciertas formaciones rocosas singulares, generadas por la acción erosiva de las olas en la proximidad de la costa marina, constituyen sin duda un atractivo paisajístico y fotográfico de primera magnitud. La costa asturiana es generosa en ellos y especialmente algunas de las playas ubicadas en Llanes y sus inmediaciones. En mi anterior visita a Asturias tuve ocasión de fotografiar las colosales formaciones rocosas de la Playa de Cuevas del Mar, pero me quedé con las ganas de hacer lo mismo con el Castro de las Gaviotas, en la Playa de la Huelga junto a la localidad de Villahormes, hito este último cuyo mirador confieso que fui incapaz de encontrar en aquella ocasión.

En mi reciente visita y con ganas renovadas, volví a intentarlo y aunque en una primera tentativa tan sólo logré alcanzar de nuevo la ubicación incorrecta de la visita anterior, situada demasiado al oeste para admirar el Castro en todo su esplendor, finalmente y tras insistir probando algunos caminos, logré acceder al lugar donde el Castro despliega toda su magnificencia. Para llegar hasta él, conviene dejar el coche en Villahormes, antes de llegar al camino que lleva a la Playa de la Huelga (recomiendo dejarlo bajo la autovía). En corto y agradable paseo, tomaremos la pista agrícola que lleva hacia la playa, dejando primero a la izquierda el Palacio de la Espriella para más adelante pasar junto a la ermita de Santa Eulalia y los verdes pastos que la rodean. Un poco más adelante, justo después de una pequeña explanada, el camino se bifurca. Si seguís a la izquierda, hacia el oeste, llegaréis a la recoleta y angosta Playa de la Huelga, que coincide con la desembocadura del río San Cecilio. Pero si en la bifurcación seguís el camino de la derecha, en dirección al mar, en unos doscientos metros alcanzaréis la Punta de Huelga, donde se alza el acantilado desde donde se nos revela majestuoso el Castro de las Gaviotas: os puedo asegurar que el síndrome de Stendhal os afectará con toda su crudeza ante la vista de este coloso de roca, auténtico arco del triunfo de la fuerza de las olas sobre la terquedad de la piedra.

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Os acompaño una instantánea de la vista general para que la comparéis con varias fotografías más trabajadas y cuya realización explico al final para los interesados en los detalles. Ante tanta riqueza visual, las posibilidades de composición se multiplican por lo que fui incapaz de conformarme con un único encuadre. Incluso no me he resistido a una versión en blanco y negro. Cada uno que elija la que más le guste.

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Para fotógrafos: esperé a realizar la fotografía durante una mañana ligeramente nubosa (nada difícil en tierras asturianas), que me proporcionase suficiente luz difusa, con la intención de que la diferencia de iluminación entre el Castro y el cielo no superase el rango dinámico de la cámara. Además elegí una hora con la marea relativamente baja para que fuesen visibles los “sillares” que mantienen erguido al Castro. La Punta de Huelga es muy escarpada (precaución) y no permite muchas variaciones del punto de vista. No obstante se afinó este último para conseguir aislar el Castro, de modo que no quedase superpuesto a la línea de costa.  Se empleó un filtro polarizador para saturar los colores y un filtro de densidad neutra de diez pasos para conseguir el efecto seda en el oleaje. Se utilizó obviamente trípode y cable disparador, dado el tiempo de exposición requerido (ver el exif en la imagen). Una experiencia realmente singular (“stendhalica”), de deleite sobrecogedor ante un fenómeno natural que nos deja como premio estas majestuosas estampas.


El nacimiento del río Cabra

A tan sólo veinte kilómetros al sur de la costera y asturiana ciudad de Llanes, entre la Sierra del Cuera y la Sierra Plana de la Borbolla , podemos encontrar el Valle Oscuru (Valle de Carranzo) y la bien acondicionada y señalizada “Ruta de los colores del Valle Oscuru”, que podemos realizar bien a pie o, si estamos muy en forma, en bicicleta de montaña. Es una hermosa ruta circular de unos trece kilómetros de recorrido con inicio y final en la población de Tresgrandas, que discurre atravesando las localidades de Santa Eulalia, Pie de la Sierra, Cereceu, La Borbolla y Boquerizu. El recorrido nos lleva a través de bellos y variopintos parajes: pueblos con encanto, frondosos bosques y altos con preciosas vistas harán las delicias del viajero. Pero cabe destacar, como auténtico tesoro de la ruta, el nacimiento del río Cabra, que encontraremos nada más pasar La Borbolla en un ramal bien señalizado que desciende a mano derecha del camino principal y que se interna en un tupido bosque cada vez más umbrío y húmedo hasta alcanzar la auténtica surgencia del río en la misma pared de la montaña.

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Es uno de esos mágicos lugares donde el caminante se siente embelesado, casi diría que hechizado por el frescor, el verdor y el hipnótico arrullo del agua del manantial, que adormecen la consciencia y hacen que una hora pase en un parpadeo. Una visita imprescindible.

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Para fotógrafos: El punto de vista se ajustó en una posición lo más baja posible y cercana al flujo del agua, de modo que la sensación de corriente fuese máxima.  Las imágenes están realizadas empleando trípode y cable disparador, dados los tiempos de exposición requeridos (ver el exif de cada imagen). Se empleó un filtro polarizador para saturar los colores y eliminar reflejos en el agua. Hay que tener mucho cuidado con las rocas cubiertas de algas verdes pues son extraordinariamente resbaladizas. Una experiencia única, de disfrute pausado de un paraje natural que nos deja como premio estas deliciosas estampas.


La senda fluvial de río Carroceu a su paso por Llanes

Un año más he disfrutado de unos días de descanso en este incomparable paraíso natural que es Asturias. Y claro, no he desaprovechado la oportunidad para intentar capturar algo de la belleza que inunda tantos de los rincones donde el viajero posa su mirada. Para muestra un botón: casi sin querer, descubrí este pequeño tesoro que constituye la senda fluvial del río Carroceu. Como muchas de las cosas que son realmente valiosas, se nos ofrece de modo discreto, casi casual y sin ninguna clase de estridencia publicitaria. Aquí dejo unas muestras del bello camino que discurre paralelo al Carroceu a su paso por la localidad de Llanes. Un cómodo, fresco y encantador sendero nos permite recorrer el curso del río desde el llanisco barrio del Cuetu hasta el cercano pueblo de Pancar.

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El cantarín rumor del agua que corre rauda en busca del Cantábrico os acompañará a lo largo de todo el trayecto.

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La exuberante vegetación y los aromas que de ella se desprenden constituyen sin duda un beneficioso bálsamo para los sentidos y el espíritu.

Polarización plena

Polarización plena

Para fotógrafos: esperé a realizar las fotografías después de un día de lluvia (nada difícil en tierras asturianas), con la intención de que hubiera algo más de caudal en el río y que la vegetación quedase con colores más saturados, reforzando todavía más el efecto con la ayuda de un filtro polarizador. Todas las imágenes están realizadas empleando trípode y cable disparador, dados los tiempos de exposición requeridos (ver el exif de cada imagen). Una experiencia sin par, de disfrute pausado de un paraje natural que nos deja como premio estas deliciosas estampas.


El Picón en la Playa de Buelna

Los hitos que constituyen ciertas formaciones rocosas singulares, generadas por la acción erosiva de las olas en la proximidad de la costa marina, constituyen sin duda un atractivo paisajístico y fotográfico de primera magnitud. En este caso y durante el curso de la pequeña investigación, que suelo realizar con la ayuda de internet para buscar localizaciones paisajístico-fotográficas interesantes en las zonas que visito, me quede prendado de esta roca, que aquí llaman “El Picón” y que preside la coqueta y serena Playa de Buelna, situada en la costa adyacente al encantador pueblo del mismo nombre. Aparcando cerca de la carretera, atravesaremos las tranquilas calles de Buelna, que como os decía bien merece una visita, para adentrarnos más adelante en el camino que desciende hasta a la playa. Tendremos que llegar muy cerca de la misma para divisar esta curiosa roca de tan evocadora fisonomía.

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Para fotógrafos: para realizar la fotografía elegí una hora con la marea relativamente baja para que resultase visible el basamento sobre el que se erige El Picón. El punto de vista se afinó desde una posición lo más elevada posible, de modo que la roca no quedase superpuesta a la línea del horizonte marino sino que todo el fondo de la imagen lo proporcionase el mar.  Se empleó un filtro polarizador para saturar los colores y un filtro de densidad neutra de diez pasos para conseguir el efecto seda en el oleaje. Se utilizó obviamente trípode y cable disparador, dado el tiempo de exposición requerido (ver el exif en la imagen). Un recorte durante el procesado permitió realzar la roca aislándola de su entorno.


Les Rotes de Denia

“Hay pueblos que inventan un sitio donde parar el tiempo. Y Dénia, que es prehistórica,

y presume de estar aquí antes de que estuviera el Mediterráneo,

inventó Les Rotes como si fuera una república independiente de la nueva Dénia”

Juan Cruz.

Junto a la marinera ciudad de Denia y a los pies del colosal Montgó, se encuentran las Les Rotes (Las Rotas), una singular sucesión de quebradas calas, constituidas por ásperas y afiladas rocas que han sido moldeadas por el agua y el viento y que se me antojan las pétreas raíces que la mágica montaña quisiera hundir en el fondo del mar.

Desde el mismo puerto y en dirección sur, podemos realizar un interesante recorrido a pie que junto a las calas nos llevará, partiendo de un paseo marítimo y atravesando calles con auténtico sabor a pueblo marinero, hasta una última playa donde podemos encontrar dos interesantes hitos que os presento en la siguiente imagen del panorama general y que tiene como telón de fondo al majestuoso Cabo de San Antonio.

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Además de rendir homenaje, divulgar y recomendar este bello paraje, con esta entrada quiero destacar la importancia de la elección del punto de vista, así como del momento y la técnica empleada al realizar una fotografía. Como puede verse en la imagen anterior, los hitos se hallan mar adentro y la iluminación del amanecer los habría dejado a contraluz, lo cual no me pareció interesante para estos motivos. Cuando llegué a la playa, la cegadora luz del mediodía tampoco favorecía a las rocas, por lo que esperé a que el Sol declinase lo suficiente para iluminar adecuadamente la escena y darle ese interesante tono dorado. Tras encontrar el punto de vista adecuado, empleé un filtro polarizador para saturar los colores, un filtro de densidad neutra para aumentar el tiempo de exposición y suavizar el aspecto del agua y claro, un trípode para poder alargar con éxito ese tiempo. Con el recorte panorámico tras el revelado, eliminé el espacio superfluo existente por encima y debajo del centro de interés.

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Estrellas solitarias: atrezo en la fotografía de paisaje

La fotografía, como sabemos, no es algo verdadero.

Es una ilusión de la realidad con la cual creamos nuestro propio mundo privado.

Arnold Newman.

Es bien sabido que la fotografía nos muestra un mundo en dos dimensiones. Debido a la naturaleza plana del soporte, lo plasmado pierde inevitablemente la tercera dimensión y es el fotógrafo quien, haciendo uso de la adecuada herramienta técnica o compositiva, puede devolver a la imagen su auténtica naturaleza tridimensional, aquella que nuestros ojos sí nos permiten experimentar cuando contemplan la realidad. Es decir, el fotógrafo se las tiene que componer (nunca mejor dicho) para “engañar” al espectador que contempla una fotografía, generándole la ilusión de tridimensionalidad.

Entre las estrategias que se pueden emplear con esta finalidad en la fotografía del paisaje, una de las más utilizadas consiste en incluir en la imagen varios planos, a saber, primer plano, plano medio y fondo. El problema que se nos presenta es que no siempre disponemos de un primer plano lo suficientemente atractivo, acorde con la relevancia que va a tener en la imagen final. Es cierto que en ocasiones podemos tener la fortuna de encontrar en el lugar unas coloridas flores, unas curiosas piedras, un interesante tronco o cualquier otro hito de especial belleza, pero muchas veces nos encontramos ante un escenario que no nos ofrece ningún primer plano interesante.

Por esta razón y con el objetivo anteriormente comentado, propongo aquí el empleo del adecuado atrezo para crear primeros planos atractivos en determinadas imágenes, eso sí, sin ocultar que son simplemente eso, atrezo. Existen comercios donde podemos encontrar, a precios razonables, interesantes objetos que cumplirán esta finalidad.

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En este caso y como ejemplo, he empleado como atrezo dos estrellas de mar auténticas, ya disecadas, para generar interés en el primer plano y dotar a las imágenes de la cantera de pedra tosca de Cala Bassetes de la profundidad necesaria. Espero con ello haber generado la ilusión de tridimensionalidad en el espectador.

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Imaginando el momento: planear una fotografía

Cuando sale la luna
se pierden las campanas
y aparecen las sendas
impenetrables.
Cuando sale la luna,
el mar cubre la tierra
y el corazón se siente
isla en el infinito.

“La luna asoma” Federico García Lorca.

Ya son muchas las visitas (y las fotografías) que llevo hechas a la costa alteana y muy especialmente a la ubicada en la denominada partida de l´Olla. Frente a la misma, a un kilómetro escaso de la playa, se emplaza la encantadora isla del mismo nombre (l´illa de l´Olla) que tantas veces ha constituido el motivo de mis imágenes.

En esta ocasión y conociendo las efemérides astronómicas, me planteé realizar una fotografía diferente de la pequeña isla. Al principio sólo fue un deseo: obtener una imagen en la que apareciese la Luna llena recién emergida del horizonte isleño. Visualicé mentalmente la imagen y me pareció que sería interesante, pues podría potenciar la belleza que separadamente poseen ambos sujetos y me permitiría expresar en una única imagen la debilidad que siento por el astro y el islote.

Este deseo me planteó un reto. Por una parte, tendría que ubicarme en algún punto de la costa que posibilitase la anhelada perspectiva. Por otra parte, debería emplear una focal que le diese la máxima presencia a la Luna pero que a la vez mostrase la isla completa, sin recorte alguno, pues de lo contrario no parecería tal isla.

El primer problema lo resolví con la ayuda de un interesante (y gratuíto) programa que recomiendo, denominado Photographer´s Ephemeris. Calculé la trayectoria del orto lunar para esa luna llena en concreto (domingo 16 de marzo de 2014) y el programa me indicó un enclave de la costa al que por suerte y hasta donde mi conocimiento de la zona llegaba, resultaba fácil acceder. Por otra parte, con ayuda de Google Earth, medí la anchura de la isla vista desde ese lugar y obtuve como resultado unos cien metros que, por fortuna, a una distancia aproximada de novecientos metros, casi llenarían el encuadre empleando una focal de 300 mm, que es la máxima que hoy por hoy puedo alcanzar. De ese modo, tendría lo deseado, la Luna llena y la isla al máximo tamaño que me puedo permitir. A priori, el deseo era alcanzable.

Ahora sólo faltaba que todo lo planeado ante el ordenador se cumpliese en la práctica y claro, que el día y hora en cuestión el cielo estuviese despejado, pues he oído hablar de fotógrafos que llevan años sin fortuna persiguiendo la imagen soñada. Tras asegurarme in situ el día anterior de que la localización era accesible, llegué al lugar una hora antes del fenómeno. El día era apacible y el mar estaba bastante calmado. Me instalé, monté y ajusté el equipo: cámara, trípode, cable disparador, modo de disparo, levantamiento de espejo, encuadre, enfoque y pruebas preliminares. Cuando todo estuvo en su sitio, esperé acompañado por las idas y venidas de las olas y el agradable sonido que con la resaca provocan los cantos rodados. Buena vista, mejor aroma, sinfonía de olas y piedras, ¿qué más se puede pedir? Bueno, la foto, claro. A la hora exacta prevista para que la Luna emergiese sobre el horizonte marino, no se veía el astro, lo cual era esperanzador pues indicaba que estaba remontando la isla. Tan sólo unos instantes después, vi por fin emerger el anaranjado satélite del matorral que tapiza la isla y empezó el festival fotográfico. De la serie que tomé, tras revelar y estudiar diversos recortes, todos ellos panorámicos para favorecer la composición eliminando el excesivo espacio vacío superior e inferior, he elegido el 2×1 en la siguiente imagen. Espero que os guste.

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La Renegá: un reducto de paz en la Vía Verde del Mar

«Lo que había sucedido a mi alrededor parecía algo sencillo, pero era extraordinario»

Manuel Vicent. León de Ojos Verdes.

Hace un tiempo que conocí La Renegá a través de unos compañeros fotógrafos que me mostraron su agreste belleza. Desde entonces, estaba deseando visitar esta espectacular zona de nuestra costa, para deleitarme con el paisaje y a ser posible llevarme un poquito dentro de la cámara.

Quizás fuesen mis ganas de plasmar tanta hermosura, o la buena predicción meteorológica para ese domingo, o el hecho de un interesante menú gastronómico a base de alcachofa que ofrecía el literario Hotel Voramar de Benicassim, los catalizadores que finalmente indicaron el día propicio para encaminar hacia allí nuestros pasos. Y bendita la hora.

En las inmediaciones de la Playa de Voramar arranca una interesante vía verde, la denominada Vía Verde del Mar, que recorre el quebrado litoral que media entre las poblaciones de Benicàssim y Oropesa del Mar, consecuencia orográfica de la precipitación hacia el Mediterráneo de la Sierra de Oropesa. La vía discurre por una cómoda y llana senda,  habilitada para caminantes y bicicletas, atravesando un espacio donde el extinto ferrocarril, en su empecinamiento por atravesar la montaña, ha dejado su huella a modo de espectaculares y profundas trincheras.

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A pesar de la fortísima presión urbanística en la zona, todavía puede disfrutarse de tramos donde la típica vegetación mediterránea de pinos, palmitos y coscoja campa a sus anchas y donde promontorios calcáreos devenidos en enclaves estratégicos, se hallan coronados por espartanas torres centinelas como la de Colomera o la de la Corda, que muestro en la siguiente imagen. Las acompañan pinos torturados por el viento, cuyos antepasados compartieron con los vigías largas horas de guardia ante la posible llegada de piratas, corsarios y berberiscos, auténtico azote de estas costas en tiempos pretéritos.

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Según la Biblioteca de la Dirección General del Patrimonio Artístico, la torre de la Corda es una torre troncocónica, construida en mampostería. Posee dos ventanas rectangulares de pequeño tamaño situadas a diferentes alturas. Es semejante a su vecina torre Colomera y a las de «Badum» en Peñíscola y «Ebrí» en Alcalà de Xivert. Se encuentra fechada por el inventario de Protección del Patrimonio Cultural Europeo en el siglo XVI y figura en el inventario de armamento y personal existente en la torres del distrito de Castellón, de 1728, hecho por mandato del Príncipe de Campoflorido y en él consta que estaba provista de: dos mosquetes, dos botavanes, treinta y cinco balas de mosquete, pólvora, cuatro libras, y cuerda mecha, dos varas, y servían los soldados siguientes: Jaime Boix y Vicente Perciva, soldados de a pie. Junto a su torre vecina, son llamadas «Las Colomeras». Por cierto, esta torre tiene instalada una polémica escalera metálica de caracol, que deliberadamente evité incluir en el encuadre, pues en mi opinión no resulta en absoluto favorecedora.

Siguiendo un pequeño sendero que arranca junto a la Torre Colomera y ya emergiendo del propio mar, pueden contemplarse dos gigantescas e interesantes rocas a las que nos podemos acercar con relativa facilidad, pero siempre extremando las precauciones. A pesar de que la mejor luz las bañará sin suda al salir el sol, no me resistí a plasmarlas aun con la dura luz del mediodía, dada su indudable atractivo y poder evocador.

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Pero para mí, el auténtico tesoro de la ruta lo constituye sin duda la playa de La Renegá. Y allí es donde encaminamos los pasos tras la comida, en busca de las inefables luces del ocaso y lo que la fortuna deparase. Y no me puedo quejar.

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La playa de La Renegá es abrupta y rocosa, con algo de arena gruesa. Durante muchos años fue una playa recóndita a causa del aislamiento causado por la vía férrea, el cual sirvió para una mejor preservación de un reducto de vegetación natural, que en parte me recuerda al bosque de la Devesa del Saler y que constituye un recuerdo viviente de cómo sería la Sierra de Oropesa antes de la implacable invasión del cemento, con una abundante masa vegetal que alcanza las mismas orillas del Mediterráneo, especialmente embelesador y hermoso en este enclave.

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La playa, aunque menuda, compensa con creces al visitante con la calma y sosiego que rezuma.

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Merecieron mucho la pena los kilómetros de regreso recorridos bajo la noche ya estrellada hasta el punto de partida en Benicassim. Y no será la última vez, pues tanto la playa como las torres bajo las constelaciones bien merecen otras visitas.

Por cierto, muy agradable el restaurante del Voramar. Además, tuvimos la ocasión de poder rendir un pequeño homenaje al León de Ojos Verdes que glosara Manuel Vicent en el delicioso libro homónimo, tan lleno de mar y de belleza como este generoso paraje. Tal y como creo que el escritor pretende revelarnos en la novela, la belleza puede redimirnos del sufrimiento y La Renegá no hace más que demostrarlo.


La magia del crepúsculo: horas doradas y azules durante el alba y el ocaso

Hemos perdido aun este crepúsculo.

Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas

mientras la noche azul caía sobre el mundo.

Pablo Neruda.

Existen momentos en los que la luz nos brinda hermosos fondos sobre los que plasmar bellas imágenes, momentos mágicos en los que formas y colores pueden combinarse en perfecta armonía y con poco puede lograrse mucho.

La salida o puesta del Sol son dos de los eventos más comunes y ampliamente fotografiados en la naturaleza. Son portentosos y estimulantes y sobre todo efímeros pues nunca parecen durar bastante. En ellos habita algo espiritual, a la vez relajante y energizante. Son sin duda excepcionales momentos de luz para realizar bellísimas fotografías. La cantidad y calidad de la luz dependerá obviamente de lo despejado o nublado que esté el día. Supondremos el escenario de un día despejado para realizar las siguientes valoraciones.

Debido al enorme grosor de la capa de atmósfera que ha de atravesar, la luz baja, cálida, algo más débil y difusa procedente del Sol cercano al horizonte da lugar a la llamada hora dorada (en inglés golden hour y que por término medio dura una hora desde que el Sol sale o antes de ponerse), perfecta para retratos y paisajes pues aporta hermosos tonos cálidos a las imágenes, además de reducir las sombras marcadas. Además, el propio Sol puede emplearse como un elemento en la fotografía debido a su aspecto y ubicación respecto del horizonte y el sujeto principal, cosa que no sucede durante el resto del día en la mayoría de los casos. De hecho, son numerosos los directores de cine que emplean esta golden hour para rodar algunas de sus escenas.

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Pero lejos de terminar aquí las oportunidades de obtener buenas fotografías, en realidad no han hecho más que comenzar, pues a continuación llega el crepúsculo, o mejor deberíamos decir los crepúsculos, ya que este espacio de tiempo entre la puesta de Sol y la noche cerrada se divide en tres fases que veremos con cierto detalle.

El crepúsculo es el período de tiempo que transcurre entre el día y la noche, donde la luz ya no procede del Sol directamente sino que tiene su origen en la refracción y dispersión de los rayos de Sol en la atmósfera. Hay tres fases diferentes en el crepúsculo, cada una con características muy distintas y únicas que  abren diferentes oportunidades para fotografiar.

Crepúsculo civil

El crepúsculo civil es la fase más brillante del crepúsculo. Se inicia en el momento en que el Sol se sumerge bajo el horizonte y se prolonga hasta que su centro se encuentra a 6 grados por debajo del mismo (o desde el momento en que el Sol está a 6 grados bajo el horizonte hasta que emerge del mismo por la mañana). Este período de tiempo tiene una duración promedio de unos 30 minutos, pero puede ser más largo o más corto, dependiendo de la época del año y de la posición del observador en el globo terrestre (latitud). Durante crepúsculo civil, pueden verse a duras penas las estrellas más brillantes en el cielo y con algo más de facilidad algunos planetas como por ejemplo Venus. El horizonte es claramente visible y la toma de fotografías sin trípode es relativamente fácil. Los objetos están claramente definidos y no se necesita luz adicional en la mayoría de los casos. El tono predominante en la luz durante esta fase abarca desde dorados tonos cálidos hasta más fríos tonos rosados.

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Durante el crepúsculo civil, los colores del cielo cambian rápidamente hacia el azul y hay que adaptarse a las condiciones con rapidez. A medida que se aproxima la siguiente fase del crepúsculo, la gradación desde el punto de la puesta del Sol hasta el otro extremo del cielo va deviniendo muy suave y agradable, y el rango dinámico de la luz en las imágenes disminuye drásticamente.

Crepúsculo náutico

El crepúsculo náutico se produce justo después del crepúsculo civil de la tarde y justo antes del crepúsculo civil de la mañana. Esta fase tiene lugar cuando el centro del Sol está entre 6 y 12 grados por debajo del horizonte. Este período también suele durar alrededor de 30 minutos y el color primario difundido por la atmósfera es generalmente de una tonalidad azul profunda con tonalidades amarillas y anaranjadas provocadas por la refracción de la luz Solar claramente perceptibles en el horizonte. Por esta razón, a esta fase se la suele denominar “hora azul”, término que tiene su origen en el francés “l’heure bleue”, lo que en castellano podríamos asimilar a la expresión “entre dos luces” y en valenciano a las poéticas expresiones “a poqueta nit” (a poquita noche) o “entre dos clarors” (entre dos claridades).

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Durante este tiempo, la luz natural es muy “blanda” porque el ausente Sol ilumina las capas altas de la atmósfera y su color azul se intensifica y se difunde en todas direcciones, proporcionando iluminación que apenas genera sombras. La luz procede de un vasto manto azul celeste, como si de un enorme reflector se tratase. Por otro lado, la particular situación del sol respecto del horizonte hace que se produzca un fenómeno físico que conlleva el enrojecimiento atmosférico, de manera que se pueden observar espectaculares amaneceres o atardeceres repletos de colores cálidos.

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El horizonte sigue siendo visible durante este tiempo, pero la luz se disipa rápidamente y las siluetas van a predominar en las imágenes. Los detalles serán más difíciles de captar durante este tiempo. Es un buen momento para incluir la luz artificial en las imágenes. Durante el crepúsculo náutico, las luces artificiales en edificios y estructuras comienzan a predominar en las escenas proporcionando un sinfín de oportunidades. Aquí es casi obligatorio hacer uso del trípode pues ni siquiera un objetivo luminoso con estabilizador de vibración garantiza resultados nítidos. Debe prestarse atención a la forma en que la luz remanente y la luz artificial interactúan con el resto de sujetos en la imagen y puede emplearse la luz algo más intensa y direccional que todavía proceda del horizonte para agregar toques de definición a los objetos y tenerlo todo preparado para tomar varias imágenes pues las condiciones de iluminación cambian rápidamente.

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Crepúsculo astronómico

La última fase del crepúsculo se denomina crepúsculo astronómico. Este período tiene lugar cuando el centro del Sol está entre 12 y 18 grados por debajo del horizonte y durante el mismo la poca luz remanente se degrada en un periodo de unos 30 minutos antes de que la noche comience oficialmente. Durante esta fase del crepúsculo, todavía hay un poco de luz utilizable para hacer fotos muy interesantes, pero la oscuridad se abalanza velozmente y el empleo del trípode es imprescindible. En un primer momento hay un fulgor de color azul oscuro en el horizonte, pero muta pronto a negro cuando cae definitivamente la noche.

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Los paisajes urbanos cobran vida durante este tiempo y la luz artificial más insignificante se convierte en una poderosa herramienta de iluminación. Lejos de la ciudad, las estrellas se hacen muy visibles y se puede incorporar a las imágenes. Los detalles en los objetos son muy difíciles de captar sin la ayuda de algún tipo de luz artificial (linternas, flashes). Esta fase del crepúsculo es sin duda la más compleja para la creación de imágenes, pero todavía puede ser muy gratificante.

Existen algunos programas interesantes para el cálculo de los crepúsculos en cualquier día del año y lugar del mundo, aquí aporto algunas direcciones interesantes:

http://www.juntadeandalucia.es/averroes/~severon/cursos/pi/calculadorasolar.htm

http://www.bluehoursite.com/

Ya sabéis, con un trípode y un buen cielo, los crepúsculos son un auténtico regalo para los fotógrafos.